jueves, 4 de agosto de 2016

Día 0 en Rias Baixas. A Lanzada.

Este año habíamos decidido pasar nuestras vacaciones de verano en Galicia. Encontramos un buen apartamento en Portonovo, estratégicamente situado para realizar desde allí las excursiones que pretendíamos realizar.

Dos adultos y dos preadolescentes de 13 y 12 años, una combinación de intereses y gustos contrapuestos, difíciles de compaginar, pero la comarca ofrece los suficientes alicientes como para encontrar un punto de acuerdo entre todos.

Llegamos cerca del mediodía, y tras dejar las maletas en el apartamento, salimos a buscar nuestro primer contacto con la gastronomía local. Tras degustar un excelente menú, y aprovechando el sol y la excelente temperatura que hace, tomamos la determinación de pasar la tarde en la playa.



A escasos 10 km. de Portonovo se encuentra la famosa playa de A Lanzada. Se trata de una playa de varios kilómetros de longitud, en un paraje natural protegido, una lengua de tierra que une el continente con lo que debió ser antiguamente una isla, en la que se encuentran O Grove y A Toxa.

Desde Portonovo hay dos opciones de llegar hasta la playa. Por un lado, la carretera principal, más rápida y directa, pero que sigue un recorrido interior. Por otro lado, la carretera local que bordea la costa. Nos decidimos por esta última, lo cual nos permite disfrutar de las maravillosas vistas de la costa, y por otro lado vamos descubriendo otras playas a las que acudir en los siguientes días.



En el camino, pasamos por las playas de Montalbo, xxx, xxx. Hay diferentes páginas web que indican en todo momento la temperatura del agua y el oleaje. En función de las preferencias, uno puede elegir playas más tranquilas, según su orientación, o aguas más cálidas, según la capacidad de resitencia al frío. A finales de junio, la temperatura del agua era de unos 14 a 16 grados, en función de las distintas playas.

La playa de A Lanzada, por su orientación y su escaso resguardo suele ser de las más frías, aunque su oleaje es muy apreciado por los amantes de las olas. Nuestros hijos iban pertrechados con sus tablas de surf, deseosos de darles uso, así que ese fue uno de los motivos por los que empezamos por esta playa.



Tras varios kilómetros de costa, se llega a un aparcamiento, que a estas alturas del año tenía muchos huecos libres, aunque parece que en agosto puede que sea difícil encontrar un aparcamiento en él.

Desde el aparcamiento, unas pasarelas de madera cruzan las dunas, protegiéndolas de que cada cual las cruce por donde quiera. La amplitud de la arena permitía situar las toallas y la sombrilla lejos de otros bañistas.

Sin duda se trata de una playa fantástica, aunque los niños quedaron un tanto decepcionados por la falta de olas. El tiempo estaba en calma, y el anticiclón no se alejaría de las Azores en toda nuestra estancia, así que las tablas quedaron intactas para mejor ocasión.



Un chiringuito de playa, y unos servicios de madera eran los únicos elementos artificiales, además de la escuela de surf, que se erigían en aquel paraje tan bello. Al fondo, la isla de Ons parecía flotar sobre el calmado océano, y a la derecha veíamos la península de O Grove, que sería objeto de visita en otro día.

Tras disfrutar varias horas de aquella arena fina, volvimos a Portonovo para cenar, descansar del viaje, y planificar la siguiente jornada.